Es curioso cómo la infancia nunca acaba de marcharse. Y a medida que vas sumando derrotas, te vienen a la cabeza los buenos momentos de la niñez.
Supongo que la inocencia termina venciendo a la malicia y la candidez a la picardía. De ahí que, al llegar a viejos, acabamos comportándonos como infantes.
El problema viene cuando, de adultos, confundimos el culo con las témporas. Y queremos seguir saltando vallas, como si nada. También arreándole zurriagazos, con el balón de reglamento, a las ventanas de la vecina.

Ese problema se torna en tragedia cuando nos dan una responsabilidad. Si llegamos a ministro, ni te cuento.
Por ello, recuerdo esas miradas que, cuando eras crío y hacías algo mal, te helaban la sangre. La frontera para evitar lo que mi abuela Carolina, que venía de una España de palo y tente tieso, denominaba como ‘un cachete a tiempo’.
コメント