Cuando mi mujer va y dice que soy su jefe es que me troncho. Sobre todo, si lo suelta en petit comité. Ni te cuento cuando lo hace a cara descubierta, delante de los amigos. Aunque, ahora que caigo, hace tanto de eso...
Es curioso lo de mandar. Y hay que ver cómo mola calzarte una gorra de plato, poner cara de perro de Baskerville y empezar a soltar por tu boca. Para que la tropa se ponga a marcar el paso.
Yo me acuerdo cuando hacía desfilar a unos pipiolos, tan pringaos como yo. Pero, y ahí está el hecho diferencial, el jefe era yo. Y tenía la sartén por el mango.
En la mili, eso que muchos tanto echan de menos, aprendí que si no te haces cabroncete, te encabronan. Y es que no tenemos término medio. Y las medias tintas acaban como Ciudadanos en Cataluña: jodidamente.
Lo malo es que la cabra tira al monte. Lo mismo que la oveja busca rebaño. Y como somos borregos por naturaleza, pues nada, que nos la meten doblada. Una y mil veces.
Vamos, igualito que yo, que soy tan jefe de la parienta como dueño de mi libertad. O sea...
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