Cuando pienso en el amor, me viene a la cabeza una carta. De las de antes. Y yo venga a chupar el culo del boli Bic, a ver si me surgen las palabras. Porque hay que acertar. Y dejar ya de emborronar folios que, hechos un churro, van cayendo uno tras otro en la papelera.
Cuando he de pensar en el amor, me da por hurgar en mi vocabulario. Para buscar un adjetivo preciso. Y si lo encuentro precioso, que el español los tiene para dar y sobre todo regalar, eso ya es la leche.
Al pensar en el amor, no lo puedo evitar. Me viene a la mente un viaje. El primero, de los de verdad. No esos que hiciste con tus padres, que estaban muy bien pero no eran lo mismo.
Siempre que el amor acude ante mis ojos, me da por evocar una despedida. No una cualquiera, sino un adiós que se incrusta en la mente. Y te dice que el amor puede marcharse, sí, pero su recuerdo, cuando es puro, permanece imborrable.
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