
Mi abuela Carolina, que tenía más mili que los leones de Las Cortes, ya me lo decía: para saber cómo es el mundo tienes que vivirlo. Además de observar, preguntar y, claro, aprender todo lo que puedas.
Pues bien, cuando voy a una librería, como me sucedió ayer en Fnac Alicante, y recojo tantas anécdotas, opiniones e historias de los lectores, me doy cuenta de lo afortunado que soy.
Por poder escribir, tener la mente abierta y, por su puesto, haber tenido una abuela que me hablaba de la vida. Sin cortarse un pelo.
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