Cuando vas camino de los 56 palos y ves que, cada mañana, las clavijas rechinan más de la cuenta, entonces te planteas que la cosa empieza a estar jodida. O directamente ya lo está desde hace tiempo.
Pero tú, que eres tan inconsciente como un votante que aún cree en los políticos, te metes un chute de teína. Y te miras al espejo.
Después de no reconocer a ese tío, con los ojos hinchados y un careto que parece salido de un cuadro de Modigliani, no sabes qué hacer. Si poner la tele, para comprobar que tu vida no es, ni mucho menos, tan chunga. O quizás enchufarte a las noticias de la radio, para que te den ganas de meterte otra vez en el sobre.
Entonces, y recordándote que estás más enganchado al móvil que Iglesias al poder, empiezan a llegarte alertas. Para hacerte ver que es lunes y el personal está cañero.
Empieza otra semana, se acerca el fin de mes, te miras de nuevo al espejo y piensas: no seré Sánchez, pero también tengo mi aquel.
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