Aquellos sábados molaban. Cogiendo el autobús por la parte de atrás. En unos vehículos azules. Cuando en Madrid los taxis eran negros, la Policía vestía de gris y el arcoíris sólo podía verse algunos días de lluvia. Eran sábados de cine, junto a la abuela Carolina. En sesiones de ‘Sensurround’, con ese Charlton Heston que tanto le gustaba, y aquellas películas catastróficas (‘Terremoto’, ‘El coloso en llamas’, ‘Aeropuerto’...), que anticipaban el mundo tan raro de ahora. Cómo me gustaban aquellos sábados, comiendo en alguna cafetería guay, o en la última planta de Galerías, que era mi preferida. Qué chulo eso de subir y bajar escaleras mecánicas. Y si tocaba pisar las del suburbano de Plaza de España, ya era la leche.
Pues sí, eran sábados especiales. De Coca-Cola, milhojas de merengue para merendar, una abuela de la que disfrutar y ese mundo que, ante mis ojos, con mucha prisa y ninguna pausa, se empezaba a desplegar.
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